Surada

Recuerdo que cuando teníamos 6 años vivíamos frente al mar, mi mamá nos dijo que no nos metiéramos cuando hubiera surada, porque el mar nos arrastraría hasta el fondo y no saldríamos jamás. Nadie intentó contradecir o probarlo.  Así que nos pusimos a escarbar hoyos en la arena, uno de mis amigos, el Fabián, juntó muchos popotes tirados de la escuela y los escondió en uno de ellos, nos dijo que quien encontrara el escondite ganaba los popotes, era tan inútiles, pero la idea de ganarle a los demás nos hechizó.

            Todo era tan divertido, hacíamos equipos y marcábamos los potes con calcomanías, los cortábamos de cierta forma, que si redondos, que si con pico, que si de colores, etc.  Estábamos todos a salvo de las olas y de los cangrejos que nos comerían los ojos en el fondo del mar.

            Llevábamos como quince días desde que inició la popotemanía, unos chavos de por la cancha tenían en su poder popotes de todos los equipos y se hacían llamar los mejores. Y si que lo eran, nadie supo quien era el que espiaba a los demás equipos, encontraban todo muy rápido, debían tener un radar en las orejas o alguna cámara escondida que grababa todo en la playa. Esos de la cancha eran envidia de todos. 

            Un día Iván me comentó que él y Chinchurreta - ese era su apellido, del nombre no me acuerdo-  habían estado escondiendo  muchos popotes en un lugar secreto, nadie sabía donde era, solo ellos,  que lo hacían en venganza de los de la cancha, nadie encontraría ese lugar y entonces los vencerían, ya no serían los mejores porque no encontrarían un lugar, el suyo. El misterio y expectación creció en parte por ellos mismo, su lugar secreto era un secreto a voces, nadie sabía donde quedaba y todos querían encontrarlo.  Muchos equipos se unieron con tal de encontrar los preciados popotes, pero nada, no se dejaban ver, solo para jactarse de su hazaña. Muchos llegamos a creer que todo era una mentira, que no existía ese lugar, que nomás lo hacían por puro molestar. Otros decían que había tantos popotes escondidos que ya no habían popotes en toda la colonia, y que seguramente ahí debían estar.

            El viernes por la tarde regresé de la escuela como todos los días, el viento del sur soplaba desde el istmo caliente,  no había niños en la calle, ni en la esquina de la tienda, ni en la cancha, ni en el parque, ni en ningún lado, pensé que tal vez habían ido a la playa, llegué a mi casa y me habló mi primo: Se murió Chinchurreta. Me dijo casi en secreto.  No lo pude creer, pero cómo, se fué a la playa, se lo llevó la ola, si sabía que no debía ir.

            Mi primo me miró y dijo: Estaba escondiendo los popotes con Iván, y se les vino encima la cueva, ya llevaban mucho escarbando y habían puesto palitos de madera como reesfuerzo de una mina, la tierra no resistió más y se le vino a él solito, Iván estaba afuera y corrió a avisar a los vecinos que lo ayudaran. Cuando lo sacaron estaba azul, como un pitufo, sus labios estaban azules y sus dedos también, como si se hubiera ahogado en el mar. 


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