El caballo de Salinas

-¿De dónde eres hermano?
-¿De dónde crees pues?
-De la costa, ¿verdad?
-Nací frente a la playa, allá en la costa de Puerto México, dicen que por allá se fugó Quetzalcoatl en una lanchita de serpientes.
-Yo pensaba que eras de Acapulco chingao.
-Por qué será que a todos los jarochos y a los guerrerenses nos confunden, los jarochos nos aventamos al mar, tomamos café y bailamos danzón, los guerrerenses… ellos no.

Estaban sentados los dos hombres bajo un árbol de mango, sorbiendo un poco de café negro muy caliente. La llovizna caía lenta e incesante, el medio día se oscurecía con las nubes invisibles, a veces blancas, a veces grises, ellas lo cubrían todo en la selva tropical. Un caballo pastaba una hierba húmeda y fresca en el montecito frente a los dos hombres.

-Cabrón caballo, me costó nomás una botella.
-Pos yo te lo compro en dos.
-Ni madres, mi trabajo me costó. Estaba en la feria de Salinas, me fui un miércoles y llegué un jueves, ese día me encontró una fulana morena, con unas caderas grandes, me la llevé pal cuarto, cuando desperté se había ido y yo no tenía mas que cien pesos. No tenía pa regresarme, así que lo único que se me ocurrió fue comprar una botella de aguardiente en la cantina pa invitarle a alguien, pero que tuviera caballo. No fue difícil encontrarlo, ya estaba borracho el pobrecito, no me costó zamparle la botella. Luego agarré su caballo y me vine de regreso. Cuando llegué le dije al caballo que se regresara por el mismo camino, pero yo creo que no le daba de tragar el dueño, porque se quedó paradito sin hacer nada, nomás viéndome a los ojos, cómo diciendo: llévame contigo. Y pos me lo quedé.
-Aah que chingón eres, ¿no me digas que hablas con los animales?
-Pos qué no estoy hablando contigo cabrón.
-No la amuele pues.

Pasó un día de la selva, que no es como el de las ciudades, allá los días empiezan con el sol y terminan con el sol. La noche solo es para los animales y la luna. Los viejos seguían a la misma hora en el mismo lugar. Era la misma hora porque cantaba un pájaro de pecho amarillo, y ese día cantó.

-Yo creo que ese caballo se va a morir pronto.
-¿Por qué lo dice?
-Se me hace que ya se quiere regresar a Salinas.
-¿Por qué no lo lleva al camino, igual y se regresa solo?
-Mejor se lo vendo.
-¿Y si se muere?
- A lo mejor ya quiere cambiar de dueño. Si se le queda viendo, pos lléveselo, y déme una botella.

El caballo se fue por el camino anaranjado, todo mojado, con la cabeza gacha, parecía que se veía las patas al marcharse y los hombres se quedaron solos.

Gersom Mercado Chan
1 de abril de 2008
El Cuexcomate

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